15 de octubre de 2025

Melquiades E Olmos R

Hace un rato, mientras realizaba unas diligencias aquí en David, observé a dos jóvenes sentados en el piso a las afueras de un concurrido negocio de comidas rápidas. Frente a ellos, sus motos, evidenciando que laboran para un conocido servicio de delivery. Claramente, no eran panameños; su acento delataba su nacionalidad. Cada uno de ellos estaba absorto en su dispositivo móvil, pues de eso depende su sustento.

Menciono esto con detalle para recordar que la necesidad nos obliga a realizar labores diversas, aunque no sea lo que deseamos. La situación se vuelve más compleja cuando “estamos en casa ajena”. ¿Cuántas veces hemos escuchado que Panamá es una tacita de oro? Sin embargo, ese bien tan preciado no siempre ha sido valorado en su magnitud por quienes vivimos aquí; el de afuera, sí lo hace.

Esto me lleva al punto principal de mi escrito. Amigos míos, los países prósperos y desarrollados basan sus altos niveles económicos no solo en sus riquezas naturales, sino también en la buena voluntad y el esfuerzo de sus nacionales. La educación es una pieza fundamental en esta ecuación del éxito. A diferencia de ello, aquí en Panamá preferimos sacrificar esta variable, olvidando que el futuro es incierto. Mi enfoque va orientado a la urgencia de preparar a nuestra juventud para que pueda encarar los desafíos que se les presenten de la mejor forma posible. Detener en este momento la nave educativa sería un componente letal para nuestras aspiraciones, ya lesionadas por la pandemia y otros movimientos anteriores.

Me parece estar escuchando a los padres de familia que hoy colocan cadenas a las escuelas y firman comunicados: “Mis hijos no pueden perder el año escolar, no los atropellen”. Y, por otro lado, la pregunta: “¿Extender el año escolar? No, eso no va”.

Mi planteamiento anterior, de seguro, será interpretado como una muestra de simpatía política o sectaria; una muestra de un supuesto poco interés o, más aún, evidencia inequívoca de un entreguismo apátrida. Para quienes piensen así, les debo informar que pueden interpretar lo que tengan a bien. Esta es una de las bondades de la democracia que hoy muchos malinterpretan y de la que ciertos grupos disfrutan, a pesar de que se empeñan en imponer sistemas que en sus países de origen han representado ruina, miseria e inmigración; para muestra, lo que mencioné al inicio.

Respetados lectores, estoy de acuerdo en que los pueblos tienen el sagrado derecho y, diría yo, el deber de encarar los desaciertos realizados por nuestros gobernantes; pero, de igual forma, debemos proteger, cuidar, mejorar y mantener los pilares que sostienen el avance y desarrollo del país, no sacrificar lo que se tiene hoy. El tiempo lo dirá, damas y caballeros; ese que se va para nunca regresar.

Culmino recordando: “Sin luchas, no hay victorias; sin educación no hay futuro y progreso.

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